13 de diciembre de 2006

Amor y muerte, tarde y frialdad.

(RMR)

Andábamos dentro de cajas de metal frío, sin aliento ni ventanas para mirar fuera, unas cajas gris claro, volantes, por encima de los puentes y los nervios que están sobre la tierra. En el interior de ellas, y también mirándolas pasar desde aquella ventana de hotel, por la avenida amplia, el siglo pasado. Ellas me dicen lo que sé y lo que ignoro: de su boca, rosa tardía y espesa, se esperan decisiones.

Aunque nos conociéramos durante mil años no llegaríamos a tener que hablarnos. Tanto es lo que separa un nacimiento de otro, lo que nos desgasta el tiempo y lo que se va olvidando: hasta dar en la piel sin huesos, la carne que ha perdido la fuerza y termina rindiéndose.

***

(Marc Augé: Por qué vivimos)

Yo quiero a este sabio (j´aime ce savant): autoanálisis, etnoficción. El científico (viajero, pensador) obtiene lo igual -la fraternidad humana- en contextos diferentes, imaginando contra los prejuicios: no existe una credulidad indígena, como no existe la distancia crítica eurocentrada. Se pueden dar o no: así, está la superstición occidental, igual que los olvidos y dudas de los informantes nativos.

Personalmente, el científico vuelve de sus viajes y sus pensamientos; renuncia a su objeto, al Otro, reconociéndolo -observándose ahora él mismo, el etnólogo- en el metro y en los jardines: sobre la tierra y en lo profundo de ella. La alteridad consiste ahora en la extrañeza, en la ignorancia que acompaña a nuestros propios ritos, inadvertida pero constante.

Y todo sucede como si, para evitar la soledad: con engaños.

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