21 de noviembre de 2006

Viento, noviembre

Querido F. P.

Los oficinistas que esta tarde se afanan tras los cristales, las mujeres que aguardan dentro de los automóviles, apartando la mirada, me recuerdan los momentos en que supe de tu ciudad y su vida. Hallé entonces una felicidad tan frágil como lo que contabas: porque ello no era feliz mi alegría no podía durar. Todo eso te agradezco, y saber que las calles duran, olvidando a los que pasean por ellas, que son nada más que espejos de historias mínimas, una inteligencia que es un mundo que no se ha llegado a formar (según la hermosa definición que da Avicena del alma humana).

***

¿Teléfono rojo...?
Era fácil dejar la decisión de todo o nada a la discreción, a la voluntad individual o su capricho. No sé cómo decirlo, ni cómo saberlo: me parece que la comunicación está a punto de fallar, siempre, con algún movimiento impredecible, si la comunicación sucede entre seres humanos. Evitar esa complejidad fatal, la posibilidad del error y del desastre, requiere quitarnos de encima la responsabilidad: los ingenieros la distribuyen electrónicamente, la hacen nada. Quizás así evitan el desastre para todos, y también puede que hagan absurda la idea de una libertad personal, dignos herederos ellos de los positivistas lógicos.

1 comentario:

conde-duque dijo...

Siento irrumpir en el escenario, romper la cuarta pared -ficticia- de este discurso de "análisis del discurso" que acabo de descubrir. Es por cerrar -o abrir; más bien, cumplir- el proceso de la comunicación. Debo decir que me ha maravillado. Por un momento pensé en un Michel Foucault almeriense con ecos de Gottlob Frege, pero esto es sólo una primera impresión, seguramente inexacta. Si no le importa a su anfitrión, seguiré viniendo por aquí para encontrar motivos de reflexión y autorreflexión (me quedan muchos posts anteriores por leer...).
Un saludo.