21 de agosto de 2006

Escritura, verdad, teatro

¿Una forma tardíamente ilustrada? La escritura en marcha, al alcance de todos; en el pleno sentido teórico-práctico: digo lo que reflexiono, y puedo meditar sobre todo aquello que digo. (¿En algún lugar parece literario? ¿En qué momento?)

Un ejemplo: pretender salvar el lado referencial, comprometido con la verdad, de cualquier texto autobiográfico, recordando el compromiso pragmático, ético, amoroso (o lo que sea) del acto de decir (hablar, escribir...); el arraigo antepredicativo de todo texto-producto en una misteriosa definición de la persona como sustancia-relación (pues tú siempre estuviste aquí, en mí), todo esto no deja de ser una astucia académica. Esto no es jugar limpio, como podría pensar alguien que se inspirara en el sapientísimo Kant (ilustrado, prudente): si conocemos el engaño de y en lo escrito, la mixtura de aciertos y errores, imposturas y sinceridades, no podemos permitirnos, de buena fe (pues con esa buena fe hemos sabido que los textos engañan), suponer detrás de todo (antes desvelamos, pero no tenemos ningún problema para disponer nuevas cortinas y descorrerlas: tan fácil es jugar con la verdad y la etimología) una intención purísima, agazapada detrás de las intenciones manifestadas, Dios mío!, en actos que a veces hasta parece que son ejecutados con maldad. Ah!, el viejo zorro de Rousseau, excusándose del pecadillo para no expiar el Mal. Todo arranca de un engaño: no debimos creer en la rotunda autotransparencia cartesiana, redonda hasta hacerse presencia maciza. Pero si en el teatro no había nadie, si las puertas estaban cerradas!

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