27 de agosto de 2006

Escritorio

La felicidad debía ocurrir en un lugar pobre pero mío. Casi veinte años y no puedo mejorar el contenido de la imagen y lo que rodea la imagen: la habitación vieja -aunque no era realmente una habitación-, la puerta que utilizaba de escritorio y librería, el sofá desechado que me servía para descansar. Lo más importante del contenido de la imagen, devuelta por un instante, son los entonces vivos y la obligación de reembolsar la deuda: en el cúmulo de acontecimientos que se entregan a la interpretación y el error posteriores corresponde a veces el lugar de la víctima -cuando las significaciones encontradas se invierten sobre el que las equivoca, y empiezan a devorarlo. Otras veces no está de más reconocer el papel de verdugo, a una escala modesta: desencuentros, incomprensiones, abusos...

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