23 de agosto de 2006

El otro, el extraño

Te distingue la posibilidad de la palabra y, a causa de ella, la posibilidad de relación: el conjunto, la ciudad y sus límites. El lenguaje vuelve sobre ti, autorizado para hablar y sujeto (realidad activa, no súbdito). Al hacerlo puedes desplegarlo, a tu vez, sobre la ciudad: el paisaje, las construcciones, los hombres. Lo dicho no eres tú, o no sólo eres tú, sino el mundo: tú con él en un sentido radical.
Asentadas las categorías, pues, pueden venir a ofrecerse los bellos discursos sobre uno, afirmando la justicia de sus actos o la del Hacedor que trasciende, orientando, sus actos. El individuo consciente vive en una ciudad de la tierra o en una ciudad del cielo. Es difícil que habite en algún lugar intermedio, hecho de alguna materia entre el plomo y el fuego. O el amor o la muerte.
¿Cómo no distinguirse por aquello que le califica? Ve su razón, la vive como propia y la desconoce como ajena: tan bárbaros los argumentos que no le conciernen a él como su fuente, tan bárbaros, digo, como los cuerpos extraños. El primer hablante conoce la ausencia de patria, y deposita allí al extranjero.

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